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Toda empresa necesita líderes que inspiren y que marquen el camino a seguir por la organización. No hablamos sólo de los cargos ejecutivos sino también de mandos intermedios que tienen a su cargo empleados a los que guiar, asignar tareas y cumplir objetivos. El tipo de liderazgo que se ejerce ahora es completamente diferente al de generaciones anteriores. Los cambios sociales han modificado este rol, que ha pasado del concepto de jefe al de líder que forma equipos y motiva.
Un liderazgo efectivo tiene un efecto positivo y directo sobre los trabajadores, que se sienten valorados, entienden que su trabajo forma parte de un objetivo mayor y comparten los mismos valores que la empresa. Esto se traduce en motivación e implicación para los empleados y mayor productividad, reducción del absentismo y retención y captación de talento para las empresas.
Pero el liderazgo tiene que ser también flexible. Un buen líder debe tener empatía, conocer a su equipo, sus necesidades o las del proyecto y entender en qué contexto trabajan para acomodarse a cada situación. El liderazgo situacional trata de dar respuesta a este enfoque directivo.
El liderazgo situacional parte de la teoría desarrollada por Paul Hersey y Ken Blanchard en 1696. Establece cuatro tipos de liderazgo. No se trata de perfiles cerrados sino más bien de niveles de madurez de los equipos de trabajo, lo que permite combinarlos y evolucionarlos hasta lograr la máxima efectividad.
Se aplica cuando el equipo no tiene experiencia y requiere de instrucciones claras para conocer cuáles son los objetivos y cómo alcanzarlos. Supone también que necesita una constante supervisión, aunque eso limite en un principio la participación de los trabajadores. El líder en este caso asume toda la responsabilidad.
Cuando los empleados ya disponen de cierta experiencia, el líder puede empezar a delegar. El equipo además puede hacer sugerencias y participar de forma más activa en el proyecto, aunque el líder seguirá siendo quien tome las decisiones finales. Por otra parte, incentivará los buenos resultados para favorecer el aprendizaje.
Este tipo de liderazgo puede ponerse en práctica cuando los empleados tienen larga experiencia y madurez dentro de sus puestos de trabajo y de la empresa. En estos casos, el líder ejerce funciones más de asesor que de supervisor. Todos participan de forma más activa en los procesos, se tienen en cuenta las opiniones de los empleados y se toman decisiones conjuntas. Esto ayuda a mantener a la plantilla motivada, pero requiere de una buena comunicación.
En este nivel, la autonomía de los empleados es total y el líder delega en ellos, pudiendo dedicarse exclusivamente a otras tareas dentro de sus funciones. El equipo no necesita supervisión, tiene iniciativa y la confianza de los superiores.
Este enfoque directivo flexible y adaptado tiene claras ventajas en la organización de las empresas y en los resultados.
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